
Hace poco mi amiga Kenza me invitó a una cena marroquí (ella es nativa). Fue todo un descubrimiento, me gusto mucho.
La cocina marroquí, original y a veces compleja, ha sabido fusionar una multitud de influencias: bereber, egipcia, española, francesa y judía. Las comidas cotidianas se componen con frecuencia de un plato único y copioso que puede ser una sopa de carne o ave (como la sopa Harira, la cociné una vez y era deliciosa) o un pescado con verduras. Realizadas mediante mezclas sutiles de especias (ras al-hanout), cocidas durante horas en el tajine o al vapor (chaoua) adquirienden un sabor y una textura sorprendentes. El refinamiento de la cocina marroquí se sustenta en particular por las múltiples especias, condimentos y aromatizantes que utilizan: ajo, anís, canela, cardamomo, alcaravea (la fruta de la alcaravea tiene cierta similitud con el anís y el hinojo, son tónicos y digestivos), cilantro, comino, cúrcuma, agua de rosas o agua de azahar, nuez moscada, macis, menta, cebolla, perejil, guindilla, pimienta, regaliz, azafrán, sésamo, tomillo etc.
Esta cocina debe también mucho a los contrastes de gustos (dulces y salados): tajine de cordero con membrillo y miel, tajine con cebolla y almendras… Por otra parte los marroquíes emplean ampliamente el limón confitado, que se encuentra en numerosos platos, como en el tajine de pollo.
La pastelería marroquí es menos densa en almíbar que otros países mediterráneos. Casi siempre contiene almendras y azúcar, pero los postres son más secos (cuernos de gacela, cuscús dulce con canela.
Las bebidas más apreciadas son los zumos de fruta (limonada, naranjada, zumo de sandia, leche de almendra) sin olvidar el té de menta, auténtica institución que marca el ritmo de la jornada y que que es el símbolo de la hospitalidad. (más…)